sábado, 7 de junio de 2014

Veinte pesos café (Primera parte)


Se despertó asustada sin saber por que. Tal vez era la sensación de una cama distinta a la suya. El olor de una habitación que no era propio. Se pregunto quien era. Quien soy?...no hubo respuesta. Esa mañana todo era distinto, ella misma no se sentía igual, por lo que no pudo responderse la pregunta. Era un sábado extraño de otoño. Parecía que el cielo se caería en cualquier momento. Ella quería correr a un lugar seguro antes que le cayera el cielo encima.

Entré al cafe de la esquina a media mañana. No tenía mucho dinero en la cartera pero haría lo que fuera por un café. No, no me iba a prostituir, voy a gastar los últimos veinte pesos. Veinte pesos café. Me senté en una mesa cualquiera con mis manos sosteniendo ese café, mi café, como si fuera el ultimo cafe de mi vida. Arrastre la silla y me senté, cerré los ojos y sentí el liquido negro traspasando mi garganta llenando mi cuerpo de cafeína y así fue como desperté.

Lo había notado, sabia que estaba ahí y no supe como evadirlo. Era como si el café se hubiese detenido a mirarme.
El liquido tomo fuerza y se convirtió en grandes círculos negros. Debo admitir, eran unos ojos sensualmente cafés.

Se acercó a la mesa y me preguntó si se podía sentar, no suelo mantener conversaciones con extraños pero esta era una excepción. -Si así lo deseas, respondí. Mi actitud había cambiado. Me empece a sentir mas femenina, será el efecto del café? Nos mantuvimos sin decir palabra alrededor de diez minutos pero nuestras miradas seguían fijas como una cafetera en proceso de ebullición. Interrumpió el hermoso silencio preguntando mi edad. Veintidós. Silencio. Se paro de la mesa y se fue. No había entendido que había pasado. Mire el reloj y ya eran pasadas las doce, el trabajo, mis compañeros y sus miradas reprochándome para burlarse a mis espaldas. Tenia que correr, me había olvidado que el tren me esperaba.
 Me pare de la mesa queriendo buscarlo pero no podía perder mas tiempo.
Llegue a la puerta de madera que debía abrir, al instante de hacerlo sentí un toque en la espalda y al voltearme estaba ahí, sosteniendo dos vasos de carton en sus tamaños mas grandes.
 -Aun no ha tomado tu cafe.
 Volvimos a la mesa anterior.
 -Que edad tienes? Pregunté.
Treinta y dos.
Silencio.
Diez años luz.

Este café era distinto no solo por el dulzor que contenía sino por lo que me pasaba en el curepo con cada sorbo.


6/7/2014

1 comentario:

  1. ...y es que las adiciones son dulces perdiciones del alma... ♡ me gusto lia

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